Camina un hombre flaco. Camina. Rumbo incierto y mirada esquiva. Camina desierto como el tiempo. Camina. Y libertad no encuentra aunque camina y continúa caminando. Se para ante un kiosco de diarios y revistas. Pleno Once, mitad de la mañana y un obispo, observa, repudia el aborto bajo cualquier circunstancia. La muerte es, al fin, algo más que una costumbre.
Sigue su paso, aunque el no tiene objetivo. Ya atardeció y en una pantalla gigante de una de las casas donde venden electrodomésticos, se entera quién ganó y quién perdió en el programa dónde los sueños parecen perder su esencia. Camina, despacio, desprolijo. Su andar poético, casi midiendo las baldosas, como cuando era chico. Y sobre otra baldosa, floja, quizá, otro hombre, sucio, herido, que ya no camina le ruega que lo ayude. Y camina, aunque a veces las sillas lo tienten. El no advierte una realidad fragmentada ni un futuro predecible. Camina. Continúa caminando. ¿Alguien se acuerda que Julio López desapareció?. El hombre camina con su pena. Un chico hace malabares y pide un aplauso. Fuerte el aplauso. Pide una moneda y camina en el subte. Las balas truenan lejos, pero las muertes no parecen herir más de la cuenta. Si los daños colaterales se suceden, ¿no es hora preguntarnos, por lo menos inocentemente, si son colaterales? Otra, por allí, camina sin prejuicios y todos lo juzgan. Y el que pasa al lado camina y el otro de más allá camina. Y la mujer esa camina. Caminan. ¿Alguien parará la pelota un rato? No será, seguro, un esfuerzo innecesario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario