LA VIDA POR LOS PIBES
Pablo Morosi retrata en este libro, el
derrotero de una figura que se convirtió en un mito rodeado por la leyenda. De
gran carisma y cercanía con sus fieles, hincha fanático de Estudiantes de la Plata, su
temprana muerte dejó una enorme obra a favor de la infancia y el legado de su
pensamiento y compromiso.
Carlos Alberto Cajade, o “el Cura”, como todos lo
llamaban, fue mucho más que un simple clérigo. Profundamente religioso, su meta
era la de construir un “cielo en la tierra”. Desde allí desplegó una militancia
social que lo llevó a entregar su vida a la infancia desamparada y a luchar con
coraje contra desigualdades e injusticias en el “país de los panes mal repartidos”.
Carlos Alberto Cajade fue un cura militante que
entregó su vida a la infancia desamparada y luchó con coraje contra
desigualdades e injusticias. Ganado por una fe inmensa y una espiritualidad
singular desde la que concibió indisoluble lo humano y lo divino, vivió a
golpes de corazón, regido por sus impulsos y obsesiones. Nacido en un barrio
obrero vivió en su juventud los bríos del peronismo revolucionario a cuyas
banderas se abrazó con convicción. Veneraba a Evita y al Che tanto como a
Mugica o Angelelli. En respuesta a un fuerte mandato familiar y a una
revelación que lo asaltó en plena adolescencia, ingresó al seminario para
convertirse en sacerdote. Formado al calor de las discusiones sobre el
aggiornamento que propuso para la Iglesia el Concilio Vaticano II, eligió la
opción preferencial por los pobres que llevó a la práctica al fundar el Hogar
de la Madre Tres Veces Admirable. Esta iniciativa fue una adaptación de la
pedagogía de José Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt, centrada
en la libertad y la confanza, que planteó un modelo de intervención que se
convirtió en referencia para las políticas públicas 18 destinadas a la niñez
abandonada, que hasta entonces solo proponían el encierro. Cajade no usaba
sotana ni el resto de los habituales atuendos religiosos. Como sintetiza el
párroco Alberto Meroni: “Era un sacerdote que olía a barrio en lugar de a
incienso”. Lo caracterizaban su humanidad y un modo de ser afable y generoso;
tenía el don de hacer sentir bien a la persona con quien trataba; y una bondad
manifesta en innumerables gestos como compartir lo que recibía, fjarse que a
los demás no les faltara nada o ayudar haciéndose invisible para evitar la
humillación. También lo defnía una impuntualidad que a veces irritaba tanto
como sus distracciones o la desconcentración en que a veces incurría frente a
múltiples preocupaciones y responsabilidades.
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