domingo, 23 de octubre de 2016

LITERATURA: PADRE CAJADE DE PABLO MOROSI

LA VIDA POR LOS PIBES


Pablo Morosi retrata en este libro, el derrotero de una figura que se convirtió en un mito rodeado por la leyenda. De gran carisma y cercanía con sus fieles, hincha fanático de Estudiantes de la Plata, su temprana muerte dejó una enorme obra a favor de la infancia y el legado de su pensamiento y compromiso.


Carlos Alberto Cajade, o “el Cura”, como todos lo llamaban, fue mucho más que un simple clérigo. Profundamente religioso, su meta era la de construir un “cielo en la tierra”. Desde allí desplegó una militancia social que lo llevó a entregar su vida a la infancia desamparada y a luchar con coraje contra desigualdades e injusticias en el “país de los panes mal repartidos”.


Carlos Alberto Cajade fue un cura militante que entregó su vida a la infancia desamparada y luchó con coraje contra desigualdades e injusticias. Ganado por una fe inmensa y una espiritualidad singular desde la que concibió indisoluble lo humano y lo divino, vivió a golpes de corazón, regido por sus impulsos y obsesiones. Nacido en un barrio obrero vivió en su juventud los bríos del peronismo revolucionario a cuyas banderas se abrazó con convicción. Veneraba a Evita y al Che tanto como a Mugica o Angelelli. En respuesta a un fuerte mandato familiar y a una revelación que lo asaltó en plena adolescencia, ingresó al seminario para convertirse en sacerdote. Formado al calor de las discusiones sobre el aggiornamento que propuso para la Iglesia el Concilio Vaticano II, eligió la opción preferencial por los pobres que llevó a la práctica al fundar el Hogar de la Madre Tres Veces Admirable. Esta iniciativa fue una adaptación de la pedagogía de José Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt, centrada en la libertad y la confanza, que planteó un modelo de intervención que se convirtió en referencia para las políticas públicas 18 destinadas a la niñez abandonada, que hasta entonces solo proponían el encierro. Cajade no usaba sotana ni el resto de los habituales atuendos religiosos. Como sintetiza el párroco Alberto Meroni: “Era un sacerdote que olía a barrio en lugar de a incienso”. Lo caracterizaban su humanidad y un modo de ser afable y generoso; tenía el don de hacer sentir bien a la persona con quien trataba; y una bondad manifesta en innumerables gestos como compartir lo que recibía, fjarse que a los demás no les faltara nada o ayudar haciéndose invisible para evitar la humillación. También lo defnía una impuntualidad que a veces irritaba tanto como sus distracciones o la desconcentración en que a veces incurría frente a múltiples preocupaciones y responsabilidades.

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