martes, 29 de julio de 2008

Zelmar Acevedo Díaz o el hombre que escribe y vende sus cuentos en los trenes

“No sucumbir. Saber apreciar el encanto de los destinos adversos”, es la frase que Zelmar Acevedo Díaz hubiera preferido para cerrar la nota. Él escribe y vende sus cuentos en los trenes. Tiene un andar cansino, los pelos revueltos, habla despacio y respetando los tiempos de las palabras. No tiene problema en aclarar de qué trata cada cuento y no pierde la sorpresa en su rostro cuando alguien se interesa en su obra.

¿Cuánto hace que vende sus cuentos en los trenes? ¿Por qué empezó a difundir su obra de esta manera?
Hacia mediados de 2007 debí admitir que el taller de encuadernación artesanal que tuve durante más de quince años estaba fundido. Salir a ofrecer mis cuentos en los trenes fue al principio una reacción desesperada ante mi condición de desocupado. Luego me vi ante el fenómeno de que los pasajeros aceptaban este ofrecimiento, a muchos volvía a encontrármelos en los viajes siguientes y me exigían nuevos cuentos, por lo que tuve que renovarlos permanentemente. Debí imprimir ocho cuentos distintos en un período de seis meses. Ahora, luego de mis vacaciones, estoy sacando al ruedo otros dos. En esta actividad hallé el doble sentido de vivir de ella y de desencajonar mis narraciones. Y de asistir al fenómeno del autor al lector de manera directa, sin siquiera feria del libro ni editoriales de por medio. No discrimino a ningún pasajero. Ofrezco a policías, cadetes de la escuela militar, travestis, prostitutas, hinchas de fútbol. Lo curioso y sorprendente es que mis cuentos son aceptados y leídos por gente que jamás entraría en una librería. Esto empieza a observarse como un fenómeno social. La exigencia de los pasajeros me revela que ellos consideran que estoy ofreciendo un producto de calidad, un producto que los entretiene y los dignifica como lectores.

Intentó alguna vez publicar un libro en una empresa editorial
De hecho he sido editado en Cuba, en España, en el Uruguay. En Argentina sólo figuro en antologías de cuentos premiados en diversos concursos. Incluso presenté en editoriales de Buenos Aires una novela que contaba con el aval de haber obtenido el premio Casa de las Américas, de cuentos premiados aquí y en diversas partes del mundo, en Centroamérica, en Estados Unidos, en Europa. En varias oportunidades me di cuenta de que el libro ni siquiera había sido abierto porque el señalador estaba en el mismo lugar que cuando lo entregué para ser conceptuado por el jefe de ediciones. No hay un solo libro de mi autoría en ninguna librería argentina.

Admirador de Carlos Fuentes, Ernesto Sábato, Zelmar Acevedo Díaz dice que su estilo es heterogéneo: “hay quienes me han dicho que mis cuentos parecen escritos por autores distintos”, explica.
Sus cuentos van y vienen, rompen con las estructuras. Se decía que Roberto Arlt jugaba bastante con escribir “mal”, pero para escribir “mal”, es necesario, en primera medida, saber escribir muy bien y Arlt lo hacía. Zelmar Acevedo Díaz, sin dudas, también.
Sabe que la literatura sabrá adaptarse a estos nuevos tiempos, es optimista al respecto, no vaticina Apocalipsis porque ya ha sucedido en la historia de la humanidad esta sensación de que la fotografía destruiría a la pintura, el cine al teatro. Razona en voz alta Zelmar Acevedo Díaz: “Cada narración, cada ensayo humanístico, cada pieza representada, siguen siendo una botella lanzada al mar, no sabemos si será recogida, cuándo y quiénes la recogerán, y cómo una obra influirá sobre el individuo y, desde ese lugar, alimentará los hilos casi imperceptibles del tejido social”

¿Qué recuerda haber leído que cambió radicalmente o con importancia su parecer?
Entre fines de los ´80 y principios de los ´90 comencé a prestar especial atención a literatura iberoamericana. Recuerdo que empecé nada menos que con La guerra del fin del mundo, de Vargas Llosa. Se produjo en mí una especie de deslumbramiento que no sólo me llevó a leer intensa y sistemáticamente la literatura de nuestra cultura sino que hubo un profundo cuestionamiento de la mía, de lo que yo había escrito hasta ese momento. Gran parte de mi obra fue a parar al piletón de la cocina, donde ardió consumida por el fuego purificador. Una vecina tocó la puerta para preguntar si se estaba quemando algo. Le dije que sí, que se estaba incendiando una parte de mi pasado. Esto coincidió con que, por esa época, estudié durante un par de años normativa de la lengua española en un instituto especializado, con profesoras que poco atrás habían creado la carrera de técnico en corrección de textos en la Universidad de Belgrano. El conocimiento formal del idioma me dio las herramientas para trasgredirlo, para manipularlo, para subvertirlo. Este conocimiento es importante porque la violación de la sintaxis, de los componentes ortográficos, semánticos, incluso morfológicos, no puede realizarse por accidente, dado que esto sería simplemente un error. A partir de entonces sobrevino una nueva forma de escritura, sustentada en cierto dominio de la lengua, no para quedar sujeto de sus normas sino en la libertad para practicarla. Fui descubriendo que toda buena literatura, o al menos el intento de hacer buena literatura, nace de la permanente experimentación. Entonces fueron llegando una variedad de reconocimientos nacionales e internacionales. También por aquellos años inicié la investigación de aquella literatura que mencionara, lo que me condujo a la redacción del ensayo Los grandes en la literatura iberoamericana del siglo XX, que contempla el estudio de la obra de unos 280 autores. Un librero de la Plaza de Armas de La Habana me dijo que mi proyecto era en verdad faraónico, con la diferencia de que los faraones tenían miles de esclavos para construir sus pirámides, mientras que yo estoy solo. No obstante, desde hace más de una década que lo vengo haciendo, aunque tal vez nunca pueda concluirlo, aunque no tenga sentido. Es un impulso que parece estar más allá de su culminación.

Algunos de su cuento tienen a la soledad como principio común y ordenador del texto, ¿a qué se debe tal hincapié en ella?
Aparte de que la creación literaria es en sí una tarea solitaria, considero la soledad como una excelente compañía. Por alguna razón que desconozco, es uno de los abismos del hombre en el que más me ha interesado incursionar. Empleo la palabra interesado no como resolución de la conciencia sino como un impulso del subconsciente.

Pongamos metafísicos: qué es el éxito
En algunos casos puede tratarse de una ambición, en otros sólo del reconocimiento al esfuerzo y a los méritos de la obra de un escritor, que además suele traer aparejado unos nada metafísicos dinerillos que nunca vienen mal. En lo que a mí respecta, tengo muy en claro una cuestión: que si hay algo que no me gustaría es ser el escritor de moda. Preferiría que un lejano lector rescatase un par de páginas dignas dentro de cincuenta años. Reconozco que aquí también podemos hablar de un caso de enorme ambición.

5 comentarios:

  1. cual es el blog de este escritor? me interesaria leer su discurso directamente

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  2. este tipo es un fenomeno...he leido sus cuentos y realmente es un grosso..generalmente está en el ffcc urquiza de noche...

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  3. No estoy en BA,
    ¿hay un email o algún otro modo de comunicarse con él?
    chapuis@telefonica.net

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  4. Hay manera de comunicarse con Zelmar.. para que me haga una critica de un libro que estoy largando en breve? GRACIAS
    http://www.teotrainer.com/teo-trainer-contacto.asp

    Teo

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  5. En los cuentos que vende en el tren está el siguiente mail: zelmaracevedo@yahoo.com.ar
    y el blog: zelmaracevedodiaz.blogspot.com
    Un saludo
    Morena

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