En estos días
se cumplen 10 años de aquel 19 y 20 de diciembre de 2001. Baldosas Flojas los
recuerda por que sin lugar a dudas fue un antes y después culturalmente en
nuestro país.
Todo se
daba para llegar a límites quizás impensados, pero era agobiante, igual que el
calor. La situación económica, a pesar de que era diciembre, era muy mala. Para
aquellos que tenían un trabajo “estable” se veía que no había estabilidad,
aquel que no lo tenía se le hacia muy difícil encontrarlo, pero sobre todo se
sentía que se estaban cayendo las mentiras sobre la convertibilidad que durante
muchos años nos hicieron creer, la libertad del mercado, los ascensos sociales,
el bienestar a través de lo económico, las privatizaciones, es decir la ausencia
del estado en la sociedad que se empezó a imponer con el golpe de estado de
1976, se profundizo en los 90 y se fue desarmando en diciembre del 2001.
De la Rua era
el presidente que había ganado en 1999 y debía durar en su mandato hasta el
2003, pero ante la grave crisis económica, social y cultural, que le había
dejado su antecesor, Carlos Menem, y para calmar a la sociedad y salvar su
pellejo, debió pedir ayuda a Domingo Cavallo dejándolo a cargo del ministro de economía.
La idea del
ministro que fue uno de los creadores de la convertibilidad y de la idea del
neoliberalismo, tuvo como fin resguardar a los banqueros y afines, imponiendo
el corralito, así, no se podía sacar más que una mínima suma de plata de los
bancos y cajeros.
Lo que
nunca imaginaron era que el cansancio, la incertidumbre y la denigración de la
gente provocó que se unificaran y, con cacerolas en mano, el 19 de diciembre de
2001 a la noche, irían rumbo a Plaza de Mayo desde todos los barrios y todas
las clases sociales; la alta por el corralito y resguardar la plata, la media por
lo mismo pero algunos ya estaban perdiendo su trabajo o no tenían los ingresos habituales,
y la baja, que ya venía haciendo piquetes pidiendo trabajo, sabiendo que la unión
hace a la fuerza.
Lo que empezó
como un grito de desahogo, una protesta momentánea
y una junta de personas masivas en la Plaza de Mayo y en muchas provincias, el
20 de diciembre desde la mañana se transformó en un grito que se convertirá en
cierta realidad “Que se vayan todos que no quede ni uno solo”.
Ese 20 de
diciembre a la mañana, el presidente de la nación, para bajar los decibeles,
decide hacer renunciar a Domingo Cavallo, pero no tuvo en cuenta que la gente seguía
en la plaza exigiendo su renuncia, al mediodía la orden era desalojar la plaza,
la policía con violencia querían despejar a la gente que se resistía, hasta las
Madres de Plaza de Mayo fueron golpeadas.
Ese clima
se dio en todo el país, también hubo saqueos en hiper y supermercados y negocios,
el clima a las 6 de la tarde era de caos en todo el país, por eso alrededor de
las 20hs un mensaje del presidente por cadena nacional dejaba en claro que renunciaría
y así lo hizo yéndose en helicóptero de la casa de gobierno.
El saldo
fue de 37 muertos por la violencia policial, decenas de heridos, pero por
primera vez la unión de la sociedad en todas sus clases logró hacer renunciar a
un presidente.
Posteriormente
vendrán las seguidillas de presidentes, pero lo más interesante era la unión del
piquete y cacerola, es decir la sociedad en su conjunto pedía, exigía y se
ayudaba para construir soluciones ante la crisis.
Hubo
centros de trueque, donde se intercambiaban bienes y servicios, asambleas
barriales donde se discutía de política, habiendo una semanal en el Parque Centenario,
clima participativo de casi toda la sociedad que, de a poco, se fue apagando
pero en algunos lugares está latente.
A diez años
del 19 y 20 de diciembre la sensación es que se pudo cambiar la historia con la
gente en la calle protestando pacíficamente y apoyándose entre todos, sabiendo
que la democracia no sólo es votar y elegir a sus representantes, si no que
también es participar y elegir los caminos de una nación.
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