lunes, 19 de diciembre de 2011

ALGÚN DÍA TENÍA QUE PASAR



En estos días se cumplen 10 años de aquel 19 y 20 de diciembre de 2001. Baldosas Flojas los recuerda por que sin lugar a dudas fue un antes y después culturalmente en nuestro país.
Todo se daba para llegar a límites quizás impensados, pero era agobiante, igual que el calor. La situación económica, a pesar de que era diciembre, era muy mala. Para aquellos que tenían un trabajo “estable” se veía que no había estabilidad, aquel que no lo tenía se le hacia muy difícil encontrarlo, pero sobre todo se sentía que se estaban cayendo las mentiras sobre la convertibilidad que durante muchos años nos hicieron creer, la libertad del mercado, los ascensos sociales, el bienestar a través de lo económico, las privatizaciones, es decir la ausencia del estado en la sociedad que se empezó a imponer con el golpe de estado de 1976, se profundizo en los 90 y se fue desarmando en diciembre del 2001.
De la Rua era el presidente que había ganado en 1999 y debía durar en su mandato hasta el 2003, pero ante la grave crisis económica, social y cultural, que le había dejado su antecesor, Carlos Menem, y para calmar a la sociedad y salvar su pellejo, debió pedir ayuda a Domingo Cavallo dejándolo a cargo del ministro de economía.
La idea del ministro que fue uno de los creadores de la convertibilidad y de la idea del neoliberalismo, tuvo como fin resguardar a los banqueros y afines, imponiendo el corralito, así, no se podía sacar más que una mínima suma de plata de los bancos y cajeros.
Lo que nunca imaginaron era que el cansancio, la incertidumbre y la denigración de la gente provocó que se unificaran y, con cacerolas en mano, el 19 de diciembre de 2001 a la noche, irían rumbo a Plaza de Mayo desde todos los barrios y todas las clases sociales; la alta por el corralito y resguardar la plata, la media por lo mismo pero algunos ya estaban perdiendo su trabajo o no tenían los ingresos habituales, y la baja, que ya venía haciendo piquetes pidiendo trabajo, sabiendo que la unión hace a la fuerza.
Lo que empezó como un  grito de desahogo, una protesta momentánea y una junta de personas masivas en la Plaza de Mayo y en muchas provincias, el 20 de diciembre desde la mañana se transformó en un grito que se convertirá en cierta realidad “Que se vayan todos que no quede ni uno solo”.
Ese 20 de diciembre a la mañana, el presidente de la nación, para bajar los decibeles, decide hacer renunciar a Domingo Cavallo, pero no tuvo en cuenta que la gente seguía en la plaza exigiendo su renuncia, al mediodía la orden era desalojar la plaza, la policía con violencia querían despejar a la gente que se resistía, hasta las Madres de Plaza de Mayo fueron golpeadas.
Ese clima se dio en todo el país, también hubo saqueos en hiper y supermercados y negocios, el clima a las 6 de la tarde era de caos en todo el país, por eso alrededor de las 20hs un mensaje del presidente por cadena nacional dejaba en claro que renunciaría y así lo hizo yéndose en helicóptero de la casa de gobierno.
El saldo fue de 37 muertos por la violencia policial, decenas de heridos, pero por primera vez la unión de la sociedad en todas sus clases logró hacer renunciar a un presidente.
Posteriormente vendrán las seguidillas de presidentes, pero lo más interesante era la unión del piquete y cacerola, es decir la sociedad en su conjunto pedía, exigía y se ayudaba para construir soluciones ante la crisis.
Hubo centros de trueque, donde se intercambiaban bienes y servicios, asambleas barriales donde se discutía de política, habiendo una semanal en el Parque Centenario, clima participativo de casi toda la sociedad que, de a poco, se fue apagando pero en algunos lugares está latente.
A diez años del 19 y 20 de diciembre la sensación es que se pudo cambiar la historia con la gente en la calle protestando pacíficamente y apoyándose entre todos, sabiendo que la democracia no sólo es votar y elegir a sus representantes, si no que también es participar y elegir los caminos de una nación. 

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