El pánico causado por la (según analistas de la plata grande) caída, quiebra, pero nunca sumisión de Leheman Brothers pone en jaque a casi todas las economías mundiales. La recesión que amenaza a los Estados Unidos es algo así como un monstruo, más fiero que todos los feos y sucios que habitan el planeta. Los buenos, bellos y blancos están preocupados. Aquí, justo aquí a la vuelta, un pibito de no más de nueve años le pide una moneda a todos los que pasan por la vereda. Los mercados en la Argentina sufren la crisis internacional, la caída del índice MerVal parece no conocer fin. En el mundo, la preocupación es grande, el cielo está a punto de estallar con yenes, dólares, euros, pesos y oro. Una nena, de repente, aparece sola en un vagón del San Martín caminando con un montón de estampitas de distintas vírgenes que su mano casi no alcanza a sujetar. Cuatro años tendrá, más o menos y con suerte pronuncia como un tarareo: "no tiene una moneda por favor". El riego país llega a los 758 puntos, dice JP Morgan. Los bonos caen alrededor de un cinco por ciento. La cosa está jodida entonces. Qué significaría: "Todo se va al carajo". George Bush está convencido de que el sistema financiero no colapsará. Los chicos que trabajan como telemarketers no se preocupan y cada tanto llaman ofreciendo novedades imperdibles al costo de una pierna de Messi. Si, los posibles jóvenes de la Argentina del futuro trabajan por 600 pesos, a comisión, pero, ojo, tienen media hora de gracia en la que deben comer, mear, charlar, fumar y tomarse un clonazepam. El temor porque la historia se repita y un nuevo acabose económico como el crack de 1929 aparezca entre las hordas de trajeados, afeitados al ras y con perfume francés pone en evidencia que hasta los elefantes pueden caer producto del soplido de un bebé. La tarde del conurbano está soleada y fresca. Un obrero regresa de su trabajo, cruza la calle con la radio en su oreja. Escucha el sorteo de la quiniela. La sirena de una ambulancia suena cinco cuadras para el lado de la estación. La noticia del suicidio de un muchacho de treinta y cinco años llega más tarde, pero segura. No tiene nada que ver con la quiebra Leheman Brothers, a algunos los mata la soledad. Los millones de las reservas, los millones de las quiebras y de las guerras qué son, dónde viven, en qué mundo, acá, muchos pibes mueren entre desidia, resignación, hambre y sin saber. Los desnutridos, los hambrientos, los nada sólo serán tapa de los diarios cuando se coman entre ellos. A la gente le gusta el morbo, dirán. Wall Street cayó un 2,5, Londres un 3,92, París, 3,78...
Lucas Frioli
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