Para todos, para ellos (los que estuvieron), para
los que no estuvieron, para la sociedad entera, para el rock, para la cultura,
para todos, fue muy duro el golpe.
Pero más allá de todo análisis policial o
político, lo que nos dejó aquella tragedia, aquella masacre, fue un espejo. Un
inmenso espejo de lo que somos, de cómo vivimos, de lo que generamos.
Ese "vivir por y para la plata" llevó a
meter a esos pibes en esa trampa, sin importar la seguridad de ellos. Pasó ahí,
pasa en los trenes y por dónde miremos
Se culpa al comportamientos de un “pibe rockero”,
sin saber que ese pibe, cuando entra a una cancha, a un recital a ver su banda
favorita (por lo general, después de un gran esfuerzo económico), lo hace
queriendo participar, queriendo sentirse "dueño", de alguna manera,
del espectáculo.
Y lo hace de la forma menos pensada, a veces
llorando, a veces puteando, a veces cantando hasta quedar afónico, a
veces...tirando una piedra, una bengala, lastimando.
Es lógico que esto suceda, lo vemos todos los
días, y no son solamente en los pibes, son los adultos también, son los
profesionales, somos todos...
Es hora de dejar de mirar para un costado, porque
esto lo generamos nosotros, todos los días...
Cromañón está ahí, como Kheyvis, Beara, la
tragedia de Once, como la tan trillada (pero tan mal analizada) violencia en el
fútbol, como el tráfico automovilístico.
Cromañón está ahí, para ser nuestro espejo por
siempre. Tratemos, todos los días, de mirarnos un poco en él y corregir, desde
nuestro lugar, todas esas cosas que nos parecen males de esta sociedad, porque
siempre, pero siempre: la conciencia empieza por casa.
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